Hace un par de días me pasó algo que me hizo preguntarme en qué momento hemos dejado olvidada la amabilidad.
Cogí el autobús con Sergio para volver del cole a casa. Al subir, un golpe de calor nos abofeteó la cara. Estaba lleno de gente. Por suerte encontramos un sitio libre y Sergio pudo sentarse, va más tranquilo si se sienta.
A su lado iba sentada una chica de unos cuarenta y tantos leyendo un libro.
He de reconocer que tengo la fea costumbre de intentar cotillear qué es lo que lee la gente en los transportes públicos y esta vez no hice una excepción.
Cual fue mi sorpresa, al conseguir leer el encabezado, descubrir que era un libro sobre autismo y TDAH.
Tan absorta estaba en mis labores detectivescas que no me di cuenta de que Sergio había comenzado a hablar solo demasiado alto mientras aleteaba sus manos. Seguía haciendo calor y a causa del tráfico el trayecto estaba durando más de lo acostumbrado y mi hijo comenzaba a ponerse nervioso.
Me disponía a tranquilizarle cuando una ruda voz me frenó en seco:- A ver si te estas quietecito! La voz provenía de la chica lectora, que sin mirar a Sergio le increpaba su comportamiento.
En seguida le pedí a mi hijo que se disculpara, cosa que hizo inmediatamente. La chica ni lo miró. Aunque estábamos cerca de nuestra parada y nos teníamos que preparar para bajar, intenté disculparme de nuevo:- Perdona, siento si mi hijo te ha molestado. El se ha disculpado y ni siquiera le has mirado a la cara.
Ante la indiferencia como respuesta no me pude morder la lengua : – Por lo que veo el libro te está sirviendo de poco, espero que al menos te esté gustando.
Bajamos del autobús agradeciendo el frío viento en la cara y durante el camino a casa no pude dejar de pensar en el comportamiento de la chica lectora.
Es triste la sociedad en la que vivimos. Cada uno va a lo suyo y no reparamos en quien camina a nuestro lado. Palabras como buenos días, gracias, perdón… están quedando en desuso. No nos molestamos en ser amables con las personas a las que no conocemos y si además su comportamiento nos molesta podemos llegar incluso a perder el respeto.
Poco nos importa a quién vaya dirigido nuestro reproche, si es una persona con discapacidad nos volvemos más comprensivos, pero si la discapacidad es invisible, como ocurre con el autismo, las miradas y comentarios se hacen más que evidentes.
Y creo que la fórmula para conseguir recuperar esa amabilidad perdida es bastante sencilla: tratemos a los demás como nos gustaría ser tratados.
Una buena historia, contada con brillantez y con una una reflexión de fondo trascendental para el momento que vivimos. Gracias Marta!
Muchas gracias a ti por leerme. Un abrazo