No sé la de veces que habré escuchado esta frase de alguna madre con un hijo TEA no verbal.
A veces es inevitable comparar a nuestros hijos con los demás y anhelar que hable, se relacione, exprese y sienta las cosas de manera distinta a como las hace.
El hecho de que no hable, es algo que preocupa fundamentalmente a muchas familias y les genera mucha frustración, más incluso que otros aspectos discapacitantes de la condición. Y es porque pensamos que el lenguaje es la única manera de comunicarnos y nos olvidamos de otras estrategias que podemos utilizar para conectar con nuestros hijos y que ellos conecten con nosotros: apoyos visuales, modelos de imitación, uso de tecnologías…
Las personas autistas entienden y se comunican dentro de sus capacidades e independientemente de si tienen o no desarrollado el habla, todas en mayor o menor medida, tienen problemas de comunicación.
A veces no somos conscientes, porque nos resulta algo innato, pero nuestras conversaciones están llenas de un lenguaje oculto, matices en la entonación, gestos y miradas que resultan difíciles de interpretar por un autista.
Además, como es el caso de mi hijo, su modo de pensar suele ser inflexible. Le cuesta entender las palabras ambiguas. Palabras como quizás, en un momento, seguramente, a lo mejor… le confunden y si a eso le sumamos la dificultad para respetar los turnos, la dificultad para interpretar gestos o miradas, la dificultad para pensar qué comentario puede aportar… hace que mantener una conversación le suponga un gran esfuerzo y creo que acaba agotado. Quizá, por todo esto, el lenguaje no siempre sea la mejor manera de comunicarse para un autista.
Mi hijo habla, habla mucho, pero principalmente de sus temas de interés. Habla para sí mismo y cuando la hace con otra persona rara vez es para conversar con ella.
Mantener una conversación con Sergio fuera de sus temas de interés es una tarea complicada, hay que tirar de cada palabra para que nos cuente cómo le ha ido el día en el cole o qué le han preguntado en un examen.
Forzamos en muchas ocasiones que hable con nosotros, pero también respetamos sus momentos de silencio.
En nuestro caso, hay mucho lenguaje y poca conversación y esto es algo que, poco a poco, vamos enseñando a nuestro hijo, porque comunicarse lo hace todo el tiempo aunque no hable. Se comunica cuando me aprieta el brazo porque está nervioso, cuando se tapa los oídos porque tiene miedo a los perros, cuando corre y da saltitos mientras ve el vídeo que más le gusta, cuando coge fuerte mi barbilla para que le atienda o cuando me da un beso sin que se lo haya pedido.
Anhelamos el lenguaje y en ocasiones este anhelo no nos deja ver otras maneras que tienen nuestros hijos de comunicarse con nosotros y que pueden ser tan gratificantes o más que las propias palabras.