Primer fin de semana en la playa. Sentada en la hamaca, con los pies hundidos en la arena y un libro entre las manos pienso que no se puede pedir más.
Veo a mis hijos jugar en la orilla. El agua está helada pero no les importa. No han tardado nada en quitarse las camisetas y empezar a chapotear entre risas.
Me fijo sobre todo en Sergio, que lucha contra las olas mientras me grita que me meta en el agua, y no puedo evitar retroceder unos años atrás en los que ir a la playa con él era una auténtica tortura. No soportaba el contacto con la arena, el mar le asustaba, quizá por su continuo movimiento, el sol no le gustaba demasiado y que le embadurnáramos de crema todavía menos. Se pasaba el rato sentado bajo la sombrilla en una toalla de la que apenas se movía por estar rodeado de arena.
Mientras, mirábamos al resto de los niños disfrutando del día playero, haciendo castillos de arena, llenando cubos de agua, bañándose junto a sus padres… no podíamos evitar compararnos con el resto de familias y una gran tristeza se iba apoderando de nosotros.
Sergio no disfrutaba y por lo tanto nosotros tampoco. Verlo sentado y nervioso por no poder moverse y con ganas siempre de ir a casa nos hizo desistir de volver a la playa. Con esta decisión sólo pensábamos en él, pero… ¿Qué pasaba con nosotros? ¿Y con su hermana? No era una decisión justa. El Asperger ya condicionaba bastante nuestras vidas, nos iba ganando terreno y lo peor de todo es que nos estábamos dejando.
Así que decidimos volver a la playa e ir acostumbrando a Sergio poco a poco al mar, la arena y al sol. Fuimos enseñándole que podían ser divertidos, que no debía preocuparse, que todo estaba bien.
El contacto con la arena fue progresivo, primero con los pies descalzos, para que anduviera y notara las cosquillitas que puede hacerte. Luego con las manos, que cogiera la arena y dejara que se escurriera entre los dedos para volver a cogerla otra vez y, por último, le enfrentamos al mar. El contacto con el agua fue más difícil, cada vez que se acercaba una ola su nerviosismo iba en aumento. Se te agarraba del cuello con todas sus fuerzas y era casi imposible sumergirlo. Lloraba porque quería salir y de poco sirvieron los flotadores y barquitas de mil colores que compramos. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo para no ceder enseguida a sus gritos desesperados y para aguantar las miradas inquisidoras de otros padres que observaban la escena con gesto de reproche.
Pero al final lo conseguimos y ahí está ahora haciendo la croqueta en la orilla, corriendo como un loco hacia el agua y saltando incansable una ola tras otra.
Una de las cosas que vamos aprendiendo es a no ponerle límites, a intentar que pruebe cosas nuevas. A veces sale bien y otras son un verdadero desastre, pero seguimos intentándolo, cada día sabiendo un poco más hasta donde podemos estirar la cuerda sin que llegue a romperse: ya no permitimos que el Asperger controle completamente nuestro día a día.
Reitero mi continua admiración por vosotros, cada vez que te leo no puedo reprimir las la lágrimas, me emocionas. ¡Mil besos a los cuatro! .
Muchas gracias Elena, la admiración es mutua.
Quién lo diría eh??Ahora no hay quien lo saque del agua!!
Todo esto es una prueba más del gran trabajo que estáis haciendo y de los grandes logros que vais consiguiendo!!!
Nunca deja de sorprendernos!!!! Un beso fuerte y gracias por comentar.