Cuando mi hija era pequeña tuvo la típica etapa en la que todos los niños piden un hermanito.
Recuerdo una tarde, mientras le ayudaba a recoger su habitación, que me dijo muy seria:
– Mamá, quiero una hermanita.
– Ahhh muy bien, pero si la mamá tiene un bebé puede ser niño o niña, esto es algo que no se elige.
– Pues un hermanito, me da igual.
– Pero si ya tienes un hermano ¿para qué quieres otro?
– Porque quiero un hermano que juegue conmigo.
La respuesta me dejó helada, tuve que dar media vuelta y salir de la habitación para que no viera los dos lagrimones que me caían por las mejillas, mientras a mi espalda le oía preguntar. ¿Qué pasa mami? ¿He dicho algo malo?
Para nosotros es doloroso que Sergio no se relacione con otros niños. Verlo solo en el patio del colegio o alejándose de los niños en el parque es algo a lo que cuesta acostumbrarse. No entiende las reglas sociales, las bromas o los dobles sentidos. No muestra interés por lo que hacen el resto ni participa de sus juegos, tampoco de los de su hermana.
Hasta ese momento no me había parado a pensar cómo se sentía mi hija al ver que su único hermano no jugaba con ella. Por mucho que lo hiciera con nosotros, necesitaba un compañero de juegos y travesuras como la mayoría de nosotros tuvimos en la niñez.
Entendí que mi hija echara de menos a su hermano aunque estuviera presente, que le entristeciera que al llamarlo no le contestara, que deseara que camino a casa le contara cómo le había ido en el cole… Entendí que le dolían las mismas cosas que a nosotros y que pensara que con otro hermano desaparecería esa pena.
Actualmente ya no pide un hermanito, es más, no quiere más hermanos. Piensa que así los cuatro estamos bien.
Ha aprendido a aceptar a su hermano y a respetar que en ocasiones no quiera jugar con ella y necesite estar solo. Ha aprendido que para jugar con su hermano es necesario la presencia de un adulto que dirija el juego y le ayude a respetar las reglas y el turno. Y sobre todo ha aprendido, al igual que nosotros, a disfrutar de los momentos en que conseguimos que Sergio participe en algún juego.
Así que jugamos los cuatro y cuando Sergio juega… ¡es genial! Somos felices teniéndolo sentado a nuestro lado, riendo por las tonterías que hacemos y divirtiéndose cuando al equipo perdedor le toca imitar a un animal mientras el otro lo graba. Le encanta luego ver las imitaciones en el móvil.
En ocasiones, podemos retirarnos del juego. Se quedan ellos dos solos, no mucho rato, pero para nosotros significa tanto que compensa los momentos en los que no juega con su hermana.
Si para un niño con autismo la implicación de sus padres es importantísima, igual o más lo es la de sus hermanos.
Qué bueno que Sergio cuente con vuestro apoyo: el de sus padres y, cómo no, el de su hermana.
Estoy seguro de que, aunque no lo exteriorice, internamente él sí disfruta y aprecia los momentos de juego que compartís.