Ayer leí una noticia que me entristeció y preocupó a partes iguales: la policía local de Valencia expulsaba de un autobús de la EMT a un hombre autista dejándolo solo en un lugar de la ciudad desconocido para él.

Mi hijo autista, de 16 años, hace dos semanas que ha comenzado a volver del cole en autobús solo. Algo tan cotidiano como coger el autobús, para nosotros se ha transformado en un hito extraordinario ya que supone un gran paso en su autonomía.

Y aunque me siento feliz por este gran logro conseguido, he de reconocer que todavía lo vivo con miedo. Miedo a que se colapse, a que se equivoque de bus, a que no mire a ambos lados al cruzar…pero nunca se me habría ocurrido que la policía podría hacer que baje del autobús y, tras interrogarle, dejarle a mitad camino de casa a su suerte.

En ocasiones he sentido que el autismo es una condición invisible. Muchos autistas son verbales, tienen un coeficiente intelectual igual o superior a la media y físicamente no presentan ningún rasgo que te haga sospechar que algo dentro de su cabeza funciona de distinta manera.

Juzgamos por lo que vemos, y si lo que vemos es una conducta que se aparta de la norma, nuestra reacción suele ser negativa.

Y así, al igual que muchos otros padres, hemos sentido las miradas y comentarios de reproche ante determinados comportamientos de nuestros hijos.

Por eso sería importante que los trabajadores de las distintas administraciones que prestan sus servicios de cara al público, estuvieran informados y formados, no sólo sobre autismo sino, sobre muchas otras discapacidades para poder ayudar a la persona que tienen delante. 

Y ahora, mientras escribo esto, veo por el rabillo del ojo como mi hijo entra y sale del comedor aleteando sus manos y con su eterno soliloquio y no puedo evitar pensar que podría haber sido él.

 

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